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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Lawrence Durrell




                                            Lawrence George Durrell (1912-1990)  

            Nace en Jullundur (India), aunque regresa aún muy niño a Inglaterra (Bournemouth) donde se instala su familia y allí pasará su adolescencia. Ya en su juventud, comienza a escribir poemas y novelas y se va a Londres y a París donde tiene la oportunidad de mezclarse con los intelectuales de la época, algunos de los cuales, como Henry Miller, marcarían una indudable impronta en su devenir literario. En esta influencia probablemente radique su inconformismo: él mismo se autodefine como "an angry young man of the thirties" y esta actitud "anti‑establishment" queda suficientemente reflejada en su conocido libro titulado The Black Book (1938), prohibido en Inglaterra durante mucho tiempo debido a las atrevidas descripciones de tipo sexual en las que se recrea. Es un autor muy polifacético, cultiva la novela, la poesía, el teatro y el relato corto y resulta una personalidad atractiva por su originalidad y valentía en el tratamiento de temas tabúes en la sociedad británica de mediados de siglo. Los años inmediatamente anteriores a la segunda guerra mundial los pasa en Corfú y, cuando Grecia es invadida por los nazis, escapa a Egipto (Cairo y Alejandría), donde trabaja en varios puestos para oficinas de prensa e información. Una vez terminada la guerra vuelve a Rodas a trabajar para los aliados y después pasa un tiempo en Argentina, Yugoslavia y Chipre.
            En 1957, divorciado ya dos veces, viajero incansable y con proyectos literarios ya maduros, publica Justine, la primera unidad de lo que más tarde sería The Alexandria Quartet. Se trata del primer gran éxito, que le permitirá un cierto desahogo económico para asentarse en el sur de Francia y dedicarse por completo al cultivo de su vocación literaria. En Justine podemos advertir ya algunos de sus planteamientos narrativos en germen: su interés por la estética modernista, su éxito en la exploración de nuevas doctrinas sobre focalización y perspectivas diegéticas, su preocupación por el tiempo y el espacio, su obsesión por la forma en que el novelista ha de enviar el mensaje. Todo ello demuestra que se siente profundamente atraído por la complejidad del arte narrativo tanto en su fondo como en su forma.
            Fustigador incansable de la sociedad represora heredada de la época victoriana, siguió escribiendo hasta poco antes de su muerte sobre la Inglaterra puritana, en su opinión, oprimida social y moralmente. No en vano, resultó ser muy pronto un escritor incómodo para el "establishment" británico. La antipatía fue mutua ya que Durrell nunca se sintió a gusto en Inglaterra y solía criticar con dureza el carácter inglés. Algunos críticos coinciden al señalar que si la época victoriana con sus rigideces morales no hubiera atenazado a la Inglaterra del XIX, Durrell no hubiera tenido temas en los que cifrar su inspiración. Sin lugar a dudas es un novelista más conocido fuera de su país que dentro de él. A veces este desconocimiento resulta sospechoso: prestigiosos críticos como Michael Ratcliffe en su archiconocido libro titulado The Novel Today (1968) dedica a Durrell solamente 7 líneas. No obstante, en Francia, Alemania y EE.UU resulta un novelista necesario e imprescindible, al igual que en Buenos Aires, Méjico o Caracas, donde sus novelas se venden por millares y circulan abundantemente en excelentes traducciones. En España tampoco ha sido bien recibido. En su época de grandes éxitos sus novelas fueron satanizadas por una sociedad excesivamente conservadora y sólo últimamente la crítica especializada le empieza a hacer un hueco. Su famoso cuarteto se introdujo en nuestro país de forma muy restringida a través de las traducciones sudamericanas y hubo que esperar hasta 1971 a que Edhasa lo tradujera en España. 


Su producción poética.
            Lawrence Durrell inicia su producción literaria escribiendo poesía, aunque no va a ser ésta precisamente la que le va a otorgar su fama. En cualquier caso, no podemos por menos que tomar en serio una producción poética importante, de grandes efectos contrastivos, bien modulada y a tono con un posible lector buscado y elegido por el propio autor ya en la década de los '30. Al igual que sus dos poetas más admirados: W. H. Auden y T.S. Eliot busca con su poesía el equilibrio cósmico, indaga en la necesidad cosmológica de integrar a ese hombre imperfecto en una cierta dinámica ecológica. Se nos muestra como un continuo recordatorio de que la vida es rica en sensaciones y que es necesario saborearlas. Sus versos son temperamentales, melancólicos, solitarios, a veces humorísticos, incluso grotescos, pero nunca sarcásticos. No existe una línea clara de evolución en su poesía pero sí claras diferencias entre unos poemas y otros. Siguiendo la clasificación de G. S. Fraser (véase bibliografía) la producción poética de Durrell podría encuadrarse en 5 categorías diferentes:
            - Los poemas líricos: suaves, musicales, encantadores.
            ‑ Los poemas descriptivos: reflexivos, amigables, meditativos.
            ‑ Los poemas cómicos: ligeros, satíricos, agradables.
            ‑ Los poemas-­dedicación: psicológicos, elegíacos, compasivos.
            ‑ Los poemas líricos cortos: artísticos, metafísicos, musicales.

            Lawrence Durrell no ha sido nunca considerado como un poeta de gran talla pero sí como un poeta importante de segunda fila. Sus versos no son mejores que los de los poetas consagrados pero en ocasiones pueden ser tan buenos como los de éstos. Si el autor tiene fama de charlatán y sensual en su prosa, no es este el caso de su poesía. En ella es sincero, no sobran las palabras, sus versos son ricos en contenido y poseen una finalidad claramente diferenciada. Entre sus colecciones poéticas (la última reúne lo mejor de su producción en verso) podríamos citar las siguientes:

            Ten Poems (1932)
            Ballade of Slow Decay (1932)
            - Transition (1936)
            - A Private Country (1943)
            Cities, Plains & People (1946)
            On Seeming to Presume (1948)
            The Tree of Idleness (1953)
            - The Ikons (1966)
            Collected Poems 1931-74 (1960)


II. Su producción dramática
            Como buen experimentador que es, Lawrence Durrell toca varios géneros literarios y, entre ellos, habremos de destacar también el drama en verso. Nunca le ha sido reconocido valor alguno a sus dramas pero fue algo que se tomó muy en serio.
            Su primera obra en verso fue Sappho (1950) que llegó a tener un éxito relativo en el festival de Edimburgo de 1961. Carente de fuerza dramática y de situaciones tensas no pasa de ser un despliegue de versos bellos salpicados de pasajes líricos, íntimos y meditativos. En la misma línea está su otra obra Acte (1964), un melodrama al estilo clásico, que trata del honor y del sacrificio personal en un tono más bien retórico.
            An Irish Faustus (1963) es sin duda la mejor obra dramática de Durrell y con ella consiguió éxitos notables en algunos países europeos, sobre todo en Alemania. Se trata de una "morality play", con bellas descripciones líricas, rayando a veces la farsa cómica y otras recreándose en escenas terroríficas. A pesar de ser una obra con un cierto impacto dramático carece, sin embargo, de técnica teatral, al descuidar el autor elementos básicos del mundo de la escena, problemas de producción , el control del tiempo de escenificación o incluso desdeñar al público como ente regulador del desarrollo dramático.


III. Los denominados libros topográficos.
            Se les denominan como tales porque son libros sobre las islas griegas de Corfú, Rodas y Chipre. Ya hemos dicho antes que vivió sucesivamente en estas islas en varias épocas de su vida. Una parte importante de la crítica moderna en Gran Bretaña destaca estos libros y algunos títulos poéticos como los mejores logros del autor, incluso por encima de sus éxitos novelísticos.
            Prospero's Cell (1945) en una comedia pastoril que se recrea principalmente en el paisaje y lo reviste con figuras. Demasiado bucólico y dulce en su conjunto para ser realista. Aunque las notas sobre esta isla las había tomado años antes mientras vivía allí, el libro no se decidió a escribirlo hasta muy avanzada ya la segunda guerra mundial.
            Reflections on a Marine Venus (1953) constituye también un recuerdo con efectos retroactivos a sus experiencias en la isla de Rodas. No es un relato tan optimista como el anterior ni tampoco está tan bien construido. Representa un bello retazo de información sobre la isla destrozada por la guerra y la pobreza. Durrell se recrea especialmente en el estoicismo con que sus habitantes aguantan las desventuras diarias; ya no trata de idealizar a sus personajes sino que los describe como figuras reales que sufren soportando una vida amarga y cruel.
            Bitter Lemons (1957) constituye una especie de relato periodístico. Con la ruptura de su segundo matrimonio en 1952, Durrell se va a Chipre con su hija. Pronto comienzan los enfrentamientos greco‑turcos en la isla y el autor se siente emocionalmente dividido entre su sentimiento colonial y sus amigos chipriotas, aunque es consciente de que el terrorismo es necesario aplastarlo. Desilusionado y hundido ante la imposibilidad de armonizar los intereses en juego abandona Chipre en 1956 y se asienta en Dorset donde va a redactar el libro. Resultó ser un gran éxito debido a la franqueza con que el autor trata los temas.

IV. Su producción novelística.
            Aunque Durrell es principalmente conocido por sus novelas, no obstante, para conocer su carácter en profundidad probablemente sean más útiles sus poemas. Si bien su personalidad literaria es más brillante en su faceta novelística, su personalidad humana se nos antoja más diáfana a través del intimismo de sus poemas.
            Sus dos primeras novelas Pied Pipers of Lovers (1935) y Panic Spring (1937) no ofrecen todavía elementos destacables. Están escritas por un principiante a sus tempranos 20 años y no logran demasiado éxito, pero el autor consigue hacer sonar su nombre dentro de la prestigiosa editorial Faber & Faber y hacerse con un contrato donde se contemplaba la posibilidad de publicar otras novelas.
            The Black Book (1938) representa su primer intento serio en el mundo de la narrativa. El autor todavía muy joven (tenía 26 años) se deja guiar por su admirado Henry Miller y produjo un relato vigoroso y atrayente por su libertad formal y por la franqueza erótica que despliega magistralmente en varios pasajes. Miller predicaba la liberación del individuo y del grupo a través de la liberación sexual y la ruptura con los comportamientos convencionales y Durrell le sigue como discípulo aventajado. Nos presenta un cuadro escandaloso y violento contra la sociedad británica donde, según él, había desaparecido el Eros como fuerza vivificadora y motriz y, en consecuencia, sana y noble. Más que una novela propiamente dicha se trata de una fantasía con tintes autobiográficos. Ante la insistencia de Faber por censurar el libro, el autor, aconsejado por Henry Miller, decidió publicarlo en París y tanto en América como en Inglaterra ha sido considerado siempre como un libro marcado y proscrito. No obstante, Durrell lo ha considerado siempre con especial predilección ya que constituyó su primer gran trabajo en prosa y donde el autor se encontró a sí mismo con voz y personalidad propia. En The Black Book podemos visualizar ya muchos aspectos de lo que serán los hallazgos técnicos de Durrell en trabajos posteriores, especialmente la preocupación que los personajes muestran por su propia identidad ficcional. El caso de L. Lucifer, uno de los narradores, es ilustrativo.
            La estructura interna de la novela gira en torno a la autobiografía de dos narradores, uno de ellos envuelto por el otro. El narrador que podríamos describir como más externo (ése que Genette denomina narrador extradiegético) representa al propio Durrell y nos narra sus davaneos por ese Londres mitad apoteósico y mitad tierra estéril: hoteles miserables, colegios grotescos, artistas fracasados, amantes engañados, amistades extravagantes, relaciones desgarradoras, ídolos con pies de barro, altares profanados, todo ello presidido por un cierto aire iconoclasta y cruel, y escrito en un estilo directo, vivo y sin demasiados adornos estilísticos.

            The Alexandria Quartet es el título global que Durrell otorgó a una edición publicada en un solo volumen en 1962 y que revisaba y reunía bajo un mismo título 4 obras publicadas ya anteriormente: Justine (1957), Balthasar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960). Todos ellos están engarzados por la misma historia. Los tres primeros cubren un período parecido y describen sucesos similares (principalmente la vida en la Alejandría de los años previos a la segunda guerra mundial), mientras que el cuarto avanza un poco en el tiempo (describe esa misma vida durante la guerra). Todos, no obstante, se integran en una temática común que gira en torno al amor, el arte, la muerte y la mística. El autor intenta transmitir una cierta sensación de satisfación y de luz en el entramado complejo de esas relaciones libres y, en su opinión, redentoras pero no puede evitar la amenaza de esterilidad que yace en el fondo:
The city of Alexandria seems to encourage relationships as sterile as the desert which surrounds it, and such complex, unsatisfying affairs provoke a good deal of reflection about the nature of love and sex.[1]

            También el narrador de esta obra tiene ribetes autobiográficos. L. G. Darley, además de tener las mismas iniciales del autor, se nos revela con una personalidad semejante a la del joven Durrell. Posee un espíritu abierto, inquisitivo, aventurero e interesado por el arte y las experiencias esotéricas. En Justine asistimos a los distintos devaneos amorosos de Dar­ley, Melissa, Nessim y Justine, personajes todos ellos complejos, caprichosos, violentos, generosos a veces, egoístas otras pero siempre fascinantes. El lector asiste entre divertido y curioso al relato de las memorias de Darley. El es el narrador, pero es más que eso: se nos muestra además como una especie de intérprete del instrumento narrativo; es consciente de su técnica y del funcionamiento interno del arte narrativo. El centro de focalización de la novela está en su percepción de la realidad sin olvidar que el lector es también parte integrante en la materialización de ese proceso creativo.
            En los dos relatos siguientes lo que parecía una ingenua relación amorosa trasciende más allá, ya que Darley llega a saber que Justine nunca le ha querido. Más bien está enamorada de Pursewarden. El matrimonio Nessim/Justine no se fraguó como consecuencia de una lealtad amorosa sino debido a una alianza política entre judíos y coptos para conspirar en contra de la presencia británica en Egipto. La relación amorosa de Justine con Darley y Pursewarden no es sincera: ella es un agente secreto que les saca información a ambos. Se suceden los asesinatos, los detalles descriptivos sobre los bajos fondos, las relaciones falsas, etc., hasta mezclar en el embrollo final al embajador británico, Mountolive, el cual, en su juventud, tuvo relaciones  amorosas con Leila, la madre de Nessim y ahora se siente atrapado entre su respetabilidad oficial y sus antiguos lazos emocionales.
            En el último relato, con Clea como protagonista, el autor intenta clarificar la complejidad de las historietas anteriores y el lector llega a obtener la clave de varios interrogantes. Por fin, Darley, ligado sentimentalmente a Clea a través de un incidente excesivamente enrevesado y rebuscado, consigue una relación idílica, sincera y de verdadero amor. Tras el incidente, Clea decide dedicarse a la pintura y se separan amigablemente para cultivar un amor platónico basado en largas y románticas cartas.
            Con un argumento de este estilo, con tal complejidad de detalles, intrigas, conspiraciones, motivaciones esotéricas, decepciones, ilusiones rotas, aventuras extravagantes, etc., no podemos por menos de admitir que Lawrence Durrell, si no más, se nos antoja al menos como un virtuoso de la estructura narrativa. Consigue sorprender al lector con revelaciones inesperadas y el relato fluye de la mano de insospechadas motivaciones que surgen de sus creaciones literarias frescas y exóticas, como la vida misma de los países en los que se desarrollan. El relato se convierte así en algo apasionante, visionado bajo una estética singular, y fiel intérprete de una realidad que flota en el ambiente. Para Durrell no hay una única verdad, ésta siempre es relativa. Como muy bien apunta Justine en uno de los pasajes de la novela:
 Look! five different pictures of the same subject. Now if I wrote I would try for a multi-dimentional effect in character, a sort of prism-sighttedness. Why should not people show more than one profile at a time?[2]

            Durrell aprovecha de forma muy inteligente la escena. Justine está en una especie de probador de sastre y observa la escena reflejada en diversos espejos colocados al efecto. En varias ocasiones el autor ha descrito The Alexandria Quartet como un juego de espejos en los que la realidad se ve desde perspectivas muy diversas. Las escenas flotan aisladas. El tiempo no parece moverse ni los acontecimientos parecen avanzar. En la obra aparecen prismas, espejos, reflejos y puntos de vista por doquier. El efecto es caleidoscópico, la realidad se fragmenta y se funde a retazos. Con frecuencia la hace girar de forma geométrica según el personaje que hable. Como escribe Pursewarden en Balthazar
We live lives based upon selected fictions. Our view of reality is conditioned by our position in space and time -not by our personalities as we like to think. Thus every interpretation of reality is based upon unique position. Two paces east or west and the whole picture is changed.[3]

            La Alejandría de Egipto es para Durrell lo que el Dublín de Irlanda es para Joyce: una fuente inagotable de incidencias y sucesos a los que el autor se acerca con una perspectiva de largo alcance, bajo un posicionamiento mimético distante. Es necesario haber conocido el ambiente del Egipto de la posguerra para sumergirse en "la verdad" del relato, en aquel ambiente incongruente, pintoresco, asombroso y lleno de intriga pero siempre sensual, mágico, místico y pletórico de evocaciones artísticas. Justine representa la riqueza interminable de toda relación humana: desafiante como una diosa al principio, inteligente y altanera después, bella y coqueta buscando únicamente saciar sus caprichos, cae en lo más bajo para resucitar de nuevo y volver rejuvenecida a la búsqueda de nuevas aventuras; pero, por otro lado, se nos muestra también como una mujer posesiva, símbolo del mal, la hembra que busca al macho de forma obsesiva para adularle y conseguir sus propios fines.
            Desde un punto de vista estético, la obra se nos antoja ambiciosa e innovadora. Por lo que se refiere a la secuencia tiempo, el autor comentó en varias ocasiones que había intentado "detenerlo" en los tres primeros relatos para dejarlo fluir cronológicamente en el cuarto. En consecuencia, la relación entre los cuatro libros es más de tipo espacial que temporal. El autor inmoviliza su fauna literaria y enlaza la narración desde el punto de vista de un único personaje cada vez. Se da por tanto, en los primeros relatos una sola unidad de tiempo desarrollada en tres unidades de espacio.
            Interesante destacar también la teoría del autor sobre la relación sujeto‑objeto. Con frecuencia utiliza personajes de la misma ficción que exponen sus ideas sobre el amor, el arte o las relaciones sociales conscientes de ser personajes  y pertenecer al mundo ficcional. Lawrence Durrell se muestra obsesionado por convertir la narración en algo así como el elemento sustancial de la novela misma, de aquí que juegue con el trueque del punto de vista: el narrador‑sujeto‑juez de un relato se convierte en actor‑objeto‑acusado en otro; lo cual reviste a la novela de un especial efecto caleidoscópico, en continuo desarrollo, favoreciendo el que el lector pueda juzgar la realidad descrita desde distintos puntos de vista. Esa realidad se reviste así de una esencia cambiante, en continuo proceso de desarrollo según los ojos que la contemplan, según el narrador que la interpreta o el personaje que la cuenta. Bajo esta óptica, toda Alejandría se encuentra en un eterno retorno en progresión, la única evolución posible es estética no dinámica; no existe la fuga hacia adelante sino el movimiento circular centrípeto. El autor ha dicho que los cuatro relatos deberían haber aparecido simultáneamente y que el lector debería leerlos a la vez y que, ante la imposibilidad de tal hecho, la imaginación habrá de suplir semejante carencia. Se trata por tanto de crear estratos de realidad susceptibles de ser absorbidos simultáneamente, algo que ya no resulta nuevo del todo pues James Joyce y Virginia Woolf habían conseguido ya con cierto éxito hacer algo parecido.
            Con respecto a la concepción estética que Durrell mantiene sobre un concepto tan importante en la obra como es el del amor, podemos remitirnos a unos párrafos de la conocida obra de F. R. Karl en los que insiste en que se trata de un tema explícito para Durrell, en muchos momentos obsesivo. Su acercamiento al tema es moderno, sin tapujos, al estilo de D. H. Lawrence. Ambos se refieren al amor sexual en el sentido bíblico: cuando dos personajes "se conocen", se entiende que es literal y etimológicamente:
            Durrell no divorciará el sexo del amor, y siempre que se unan sus parejas, lo harán sexualmente, demostrando así que aquella relación, por lo menos en aquel instante, es físicamente real. Alejandría proporciona el fondo sensual: la sensación del lugar permite una naturalidad en la expresión sexual que bordea la promiscuidad y, a un tiempo, evoca una sana liberación de las represiones puritanas... Generalmente, lo que Durrell califica como amor no es sino pasión sexual, una conveniencia del cuerpo, una necesidad de desahogo físico, un momento fisiológico que hace posible el trato sexual, pero rara vez el amor expresa aquellos sentimientos más profundos de que es capaz un individuo. Sus parejas se aparean con facilidad excesiva para que sea amor auténtico lo que se encuentra en la raíz de sus deseos... la relación sexual será espontánea, nunca origen de situaciones densas, ni tampoco resultado directo de la neurosis. El amor libera más que encarcela al individuo. El amor y el sexo quedan equiparados de forma indivisible, y el amante se entrega con aquella misma libertad con que desea recibir a su pareja... (Pero) la extremada facilidad con que estos personajes condescienden ante el amor físico denota cierta tristeza: el amor tiene muy poco sentido cuando es anonadado por la sensualidad[4].

            Con esta obra atrevida, grandiosa y necesaria, Lawrence Durrell logra demostrar que el género narrativo no está ni mucho menos herido de muerte como algunos críticos habían llegado a temer. Se trata más bien de un género literario rico, con perspectivas futuras y que ofrece un campo inmenso a la experimentación y a la creatividad, que la novela puede ayudar, y de hecho ayuda, a re‑vivir mundos y sensaciones y a re‑crear realidades y sueños. La experiencia sexual, la panorámica estética, el amor, la mística del ambiente en esa ciudad sensual son todas aristas de esa forma poliédrica que es la realidad y, en última instancia, la verdad. La peculiar personalidad del autor nos impide saber si ese universo de sensualidad, sexo y belleza que creó en el cuarteto fue algo experimentado por él o si más bien se trata de un mundo creado por una imaginación portentosa que sabe jugar magistralmente con el espacio, el tiempo y la referencia. Aunque cierto tipo de crítica ha juzgado la obra demasiado duramente al calificarla de pretencioso melodrama revestido de virtuosas argucias técnicas, sin embargo, otro tipo de crítica, menos visceral, la ha considerado como una obra a la que obligatoriamente habrá que mirar en el futuro como referencia.

            Tunc (1968) y Nunquam (1970) pueden también ser consideradas como dos narraciones interrelacionadas ya que la segunda es una especie de continuación de la primera. Son dos obras de envergadura notable y han obtenido un éxito comercial considerable aunque la crítica en general se muestra dividida y, en cierto modo, confundida. A pesar de tener un cierto parecido con The Alexandria Quartet e incluso con The Black Book, sin embargo como el mismo autor admitiría, los personajes son más mecánicos y menos naturales. La historia, con cambios de fondo constantes desde Atenas a Constantinopla y desde París a Londres o Suiza, está repleta de escenas de suspense, de terror y de emociones contenidas. A veces nos recuerda la novela gótica aunque en un estrato mucho más evolucionado: el personaje no es ya hijo de una cultura local o nacional sino más bien el producto de una civilización mucho más amplia, la consecuencia cultural del denominado: "world of instant mass communication". El control del individuo por parte del grupo que detenta el poder resulta preocupante mientras que el posible control democrático del mismo grupo se hace cada vez menos posible. De alguna forma nos recuerda la temática de 1984 de George Orwell. Los intentos por escapar de la burocracia inútil parecen condenados al fracaso y, al fin, resulta más ventajoso colaborar con ese colectivo de poder que en el libro se denomina como "The Firm".
            F. Charlock está atrapado entre las redes de ese colectivo ya que nadie puede escapar a ese control y, tras un claro intento de fuga, es castigado y sometido a un brutal lavado de cerebro en un sanatorio suizo hasta forzarle de nuevo a regresar al redil y obligarle a aceptar las condiciones que impone el grupo de poder. La idea concluyente que se desprende se basa en el siguiente mensaje: nadie, absolutamente nadie puede ser libre en solitario; la única forma posible de salvación emana del espíritu comunitario, de la organización en grupo.
            Los relatos son densos, bien planteados. El autor sabe de antemano a dónde quiere llevar al lector y conoce perfectamente, como profesional experto en el arte narrativo, cuáles son los resortes a utilizar para conseguir una descripción convincente, profunda y colorista que, en ocasiones, roza en lo macabro y en lo grotesco.
            Durrell intenta romper muchos tabúes con sus creaciones literarias y, a veces, los desliza intencionadamente hasta el mundo de la fantasía y de los sueños utilizando magistralmente la ambigüedad, los juegos de palabras, la alegoría, etc. Los relatos en estas dos obras se convierten esporádicamente en farsa y en parodoja con frecuentes ingredientes meramente cómicos. El tono general, no obstante, podría definirse como filosófico y social. A pesar del control excesivo al que el autor somete a sus creaciones literarias, podemos encontrar ciertos planteamientos optimistas; en el fondo, parece que deja a sus héroes la posibilidad de rebelarse, decir si o no y poder finalmente sentirse libre.
            Monsieur; or, The Prince of Darkness (1974), Livia; or, Buried Alive (1978), Constance; or, Solitary Practices (1982), Sebastian; or, Ruling Passions (1983) y Quinx; or, The Ripper's Tale (1989) forman un quinteto reunido bajo el título The Avignon Quintet donde el autor vuelve a intentar, con menos fortuna, una emulación del cuarteto esta vez con Avignon como referencia. En este caso la crítica se ha prodigado mucho menos y la ingente obra ha pasado poco menos que desapercibida. En ella, vuelven a repetirse los temas que ya hemos visto preocupan a Durrell, al igual que ciertos personajes-arquetipos comunes en sus obras anteriores. Dentro de su fauna literaria desfilan una vez más artistas venidos a menos, escritores, turistas despistados, anormales en estado lamentable, marginados rayanos en lo patológico, etc. Técnicamente, el autor continúa con la complejidad estructural, se amontonan los asuntos varios, los lugares diversos, las estructuras cambiantes, la convivencia forzada, las conversaciones interminables sobre aspectos trascendentes o incluso intrascendentes. De nuevo nos encontramos con la figura del narrador‑testigo y del juego alternante entre sujeto-objeto ya que aquél comparte la responsabilidad literaria de comportarse tanto en plan actor mimético como en plan juez operativo. La complejidad estructural en este caso no parece conseguir una mayor perfección estética sino más bien forzar un cierto confusionismo. Sirvan como ilustración algunos aspectos que conforman el primer título que ha sido el que más interés ha suscitado.
            En él, Durrell trata de estudiar las relaciones complejas entre Bruce, un médico, su mujer Silvie y un aristócarata que acaba de suicidarse. Dios ha desaparecido de la tierra, el príncipe de las tinieblas se ha adueñado de ella. Los personajes desarrollan un triángulo peculiar de relaciones homosexuales, incestuosas pero, en opinión del narrador, remuneradoras y purificadoras. Se suceden las descripciones sobre éxtasis sentimental, conjuras de espíritus y encantamientos místicos, una escenografía muy del gusto del autor, sin olvidar toques de magia oriental y el mistericismo de los agnósticos. Tampoco podían faltar ingredientes exóticos de tipo histórico como el capítulo dedicado a la Orden de los Templarios, con reyes, papas y la Inquisición de por medio. Todo un andamiaje muy propio de los gustos del autor y donde curiosamente el Príncipe de las Tinieblas no aparece por ninguna parte: se le supone actuando y manipulando entre sus secuaces serviles, nadie puede escapar a su control. La muerte es la única evasión posible.
            La mayor parte de la crítica coincide al afirmar que este quinteto no puede contarse entre lo mejor de su obra. No parece haber detrás un propósito estético definido y el lector termina perdido en ese mar inmenso de situaciones argumentales cambiantes sin un narrador que unifique criterios y haga los planteamientos generales más inteligibles. Parece que la mano creativa está ausente y la carencia de elementos miméticos reconocibles dejan al lector descolgado. No parece haber referencias cercanas o reconocibles. Incluso los aspectos lingüísticos, algo que el autor suele dominar de forma magistral, se resienten en estos relatos, y se nos antojan artificiales y forzados. Su última obra titulada Caesar's Vast Ghost: Aspects of Provence salió a la luz en 1990, el mismo año de la muerte del autor.

Características de Lawrence Durrell.
            Se trata de un novelista único en el siglo XX inglés, con una personalidad literaria muy peculiar y con pocas similitudes con respecto a sus contemporáneos.
            Posee un gusto poético sofisticado y un credo estético original, de ahí que, a veces, pueda resultar rebuscado y paradójico.
            Amigo entrañable y discípulo de Henry Miller, recoge de éste la idea del Eros como elemento vivificador de la condición humana.
            El amor, la sensualidad, la libertad, la amistad, la intriga y el erotismo son sus temas preferidos.
            Aunque con poco olfato dramático, su original técnica expositiva y sus éxitos experimentales le convierten en un escritor de primera línea.
            La identificación con el ambiente sobre el que escribe es tal que más que novelas realistas lo que Durrell ha creado son recreaciones exóticas. Sus personajes nos dan la impresión de carecer de vida cotidiana, de no tener problemas de trabajo, de dinero, etc. En su favor, habremos de admitir que él nunca pretendió convertirse en un escritor de corte realista sino más bien utilizar la aventura, la fantasía y la fuerza instintual como fondo de sus relatos pero sin someter éstas a ningún tipo de censura o control que las hiciera más verosímiles.
            Dentro de su credo estético, el estilo, la forma y la utilización del lenguaje adquieren una extraordinaria importancia.
            Durrell no es un intelectual sino un estilista que busca su propia redención a través del arte y de la "sexualidad" entendida como fuerza vivificadora para liberar el espíritu.
            Su exotismo y virtuosismo estético podría resultar ya un poco trasnochado de aquí que su posición literaria pueda entenderse a veces como excéntrica, exótica o, incluso, arbitraria.
            Se le ha criticado también intensamente su postura intelectual como algo demasiado simplista: desmitificar todo lo inglés para satirizarlo y mitificar todo lo exótico para adorarlo. Todo lo europeo y civilizado es mecánico y decadente, y todo lo indígena‑oriental es saludable y vivificador.



                                                                  Bibliografía

FRAZER, J.S. Lawrence Durrell, London: Longman, 1970 (revised, 1973).
FRIEDMAN, A. W. Lawrence Durrell and "The Alexandria Quartet" London:    1970
KARL. F.R.La novela inglesa contemporánea, Barcelona: Lumen,1968.
MACNIVEN, I.S, (ed.)  Cartas Durrell-Miller 1935-1980, Madrid: Edhasa, 1991.
MISIEGO LLAG0STERA , M. "Lawrence Durrell y su Alexandria Quartet", Filología Moderna, IX, 37, Madrid: Uni. Complutense, 1969.
MOORE, H. T. The World of Lawrence Durrell, London , 1962.
PEREZ MINIK, Domingo Introducción a la novela inglesa actual, Madrid: Guadarrama , 1968.
PERLES, A. My Friend Lawrence Durrell, London, 1961.
PING, Ch. S. Lawrence Durrell: Time in "The Alexandria Quartet",(Master of Arts) Universidad de Malaya.
UNTERECKER, J.É. Lawrence Durrell, New York, 1964
WEIGEL, J. A. Lawrence Durrell, New York, 1965 (revised 1989).


    [1] R. Stevenson, The British Novel Since the Thirties, London: Batsford, 1986, p.204.
    [2] Ibidem p. 205
    [3] L. Durrell, Balthazar, London: Faber, 1989, p. 210.
    [4] F. R. Karl, La novela inglesa contemporánea, Barcelona: Lumen, 1968, pp. 67-68.
C]
Lawrence Durrell
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Lawrence George Durrell (1912-1990). Nace en Jullundur (India), aunque regresa aún muy niño a Inglaterra (Bournemouth) donde se instala su familia y allí ...

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