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sábado, 7 de abril de 2012

Katsushira Hokusai

La estampa japonesa -una ilustrísima desconocida para Europa hasta mediados del siglo XIX- comienza a difundirse en el mundo occidental gracias a la persuasiva y compulsiva intromisión en Japón de una escuadra norteamericana al mando del Capitán Matthew Perry, que en 1863 convence a los aislados nativos que el comercio con el exterior es una magnífica y próspera idea.
Hace ya algo más de un siglo que los artistas japoneses, exactamente en en 1742, habían logrado la impresión en colores de sus grabados, haciéndolos mucho más atractivos que los que venían creando en negro desde el siglo XVI.
Finalmente la llegada de este arte original a Europa, en especial a Francia, deslumbraría a los jóvenes artistas que intentaban nuevas propuestas, Van Gogh, Degas, Toulouse Lautrec, fueron los que mejor entendieron esas formas de contorno rotundos y a la vez sutiles y la sublime discreción en el tratamiento del color y sus matices.
Hokusai (1760-1849) Kiyonaga (1742-1947) Útamaro (1754-1806) fueron los maestros más reconocidos. Recordemos como documento al père Tanguy, el mercader en materiales de pintura de París impresionista, pintado con tanta ternura por Van Gogh, nimabo de estampas japonesas. Más tarde, el movimiento de los nabis (profetas): Serusier (1869-1927) Bonnard (1867-1947), Denis (1870-1943) Vuillard (1868-1940) aceptarían plenamente la influencia  y la inspiración del arte de Hokusai y Utamaro.
Hokusai, que tuvo larga vida, en un comienzo iluminador de novelas históricas, eligió más tarde mostrar a su pueblo en una serie de álbumes (mangwa) donde se describe minuciosamente la vida cotidiana de la gente humilde.
Es también parte esencial de su obra la serie del Fujiyama (Monte Fuji) en donde muestra en todo su esplendor y terribilidad  al volcán símbolo del Japón.
Hokusai es, tal vez, el único pintor japonés que se ha hecho familiar en nombre y obra en el occidente de hoy.


Por B. Rivadavia. 

domingo, 1 de abril de 2012

La guerra de Malvinas y la literatura- Por Carlos Godoy-revista Ñ

Por Carlos Godoy

El plan cultural de la democracia



La guerra y la literatura

Fogwill en la página 44 de los Pichiciegos: “Pasaban despacito los Harrier. Por el aire los iban persiguiendo inútiles manchones de la artillería antiaérea. De las alas les salían los cohetes como al tuntún, después viraban en cualquier sentido y parecían dudar moviendo la trompita hasta enfilar a su destino, la tierra, alguna parte de la tierra, parecía mentira.”

En el siglo XX la guerra marcó la organización del tiempo. La literatura existe para retratar los paradigmas sociales y por eso es que la producción literaria que llevó el ritmo del siglo pasado (y lo que va del actual) con un gran abanico de escritores que supieron leer de un modo eficiente la agenda que propusieron las décadas, es la norteamericana. Una sociedad profundamente belicosa involucrada en casi todos los conflictos armados. Los autores de la Lost generation como Hemingway, Fitzgerald, Faulkner, hasta incluso J.D. Salinger están atravesados por los periodos de entre guerras y el miedo como eje central de sus obras. Así también como Paula Fox retrata la guerra de Vietnam en su novela Desperate characters o el mismo Jonathan Franzen en su tan aclamada Freedom aborda la guerra santa y el periodo Bush. Dos de los críticos literarios más reconocidos: Harold Bloom en su libro Western Canon como George Steiner en Language and Silence dejan en claro, analizando la obra de estos autores una cuestión: la guerra es el pathos que construye una zona valiosa del acontecimiento literario.

La literatura argentina siempre buscó su guerra a partir de la cual leer sus mecanismos sociales y políticos y, este año, se cumple el treinta aniversario de la más cercana y a la vez más absurda. El sabor de la guerra para la historia reciente no es heroico, es ridículo. De esos dos factores -la cercanía temporal y el absurdo político- surge una tradición inaugurada, de forma inconciente, poco antes de que la guerra terminara cuando Rodolfo Fogwill escribió en seis días Los pichiciegos.



El mito de la propia guerra

Así es la historia. Fogwill vivía en el piso diez y su madre en el piso cinco del mismo edificio. Habitualmente bajaba al medio día y a la tarde para comer con ella. Su madre veía todo el tiempo lo que la televisión mostraba sobre el conflicto en las islas del atlántico sur. Una de esas tardes que llegó de visita lo recibió con la noticia de que la armada argentina había hundido un barco británico. Y entonces Fogwill, de regreso a su departamento, escribió en una novela que ya tenía empezada “Mamá hundió un barco” y en realidad, ahí empezó una nueva novela, la que lo convertiría en uno de los escritores argentinos más reconocidos de finales del siglo XX: Los pichiciegos. La novela circuló entre periodistas y escritores, argentinos y brasileros ya en su versión final, antes de que la guerra terminara. Después tuvo su primera edición en 1983 y ya lleva más de cinco en el país, sin contar reimpresiones.

La novela trata sobre unos soldados desertores que deciden mantenerse ocultos en las trincheras de las islas hasta que la guerra termine. Constituyen una organización de subsistencia. Se le reconocen varios méritos, entre ellos el de albergar el mito de la producción en seis días y de haberla escrito durante el suceso en cuestión: la guerra, sin contacto con los sobrevivientes, ni con las islas. Pero también soporta análisis más profundos que van por fuera de las condiciones de producción. Por ejemplo demostró que se puede escribir una novela realista a partir de la visión de los medios de comunicación y así comulgar un grotesco bélico. Varios de los personajes dan cuenta de las diferentes perspectivas de los sujetos políticos que vendrían en el futuro (incluyendo la figura de Menem). Dio cuenta del montaje político que fue la guerra, la improvisación, la precariedad, la falta de nación. Planteó una tesis de lectura social difícil de descartar a la hora de hablar de Malvinas que es la de “la guerra invisible”, el soldado que va a la guerra sin saber quién es el enemigo: uno mismo, los superiores, los ingleses, los gurkas contratados por los ingleses. Pero lo que se le reconoce en primer término es que se trata del relato mejor logrado sobre la guerra de Malvinas. La construcción realista y a la vez conmovedora de la trama, como se ve en el primer párrafo que abre esta nota, es lo que inaugura una tradición en la que muchos se aventuraron a aportar su matiz generacional o estético del asunto que llamamos Guerra de Malvinas.



La tradición de la guerra

Una tradición literaria responde a una estética o a un tópico que se pueda reconocer como presente en un determinado corpus. A continuación la selección de algunas producciones publicadas entre 1998 y este año que abordan el tópico Malvinas. Estas publicaciones participan de una tradición que tiene casi 30 años y que exige como tal un diálogo o una discusión con el libro y el autor fundacional: Los pichiciegos de Fogwill.

En 1998 aparece en la editorial Sigmur una edición pagada por su autor de la novela Las Islas de Carlos Gamerro, quizás la segunda gran novela en el podio de la novelística sobre Malvinas. Gamerro escribe la primera respuesta elaborada a Los pichiciegos ¿Cómo contestarle a una novela breve y realista? Con una novela extensa y de ciencia ficción. Ambientada en los noventa (precisamente en 1992, diez años exactos después de la guerra) Las Islas tiene un entramado de confusas peripecias que involucra hackers, la SIDE, el capitalismo financiero, flashbacks de la guerra de Malvinas, hipótesis para la recuperación de la islas (de acá sale el argumento para la película Fuckland, por ejemplo), espejismos. En todo caso la apuesta estética de Gamerro es proponer una nueva mirada distópica sobre la sociedad democratizada de la década menemista a partir del agujero histórico de Malvinas como punto de quiebre para el presente del texto.

En el año 2000 el poeta santafesino Edgardo Russo publicó en Adriana Hidalgo su primera novela bajo el título Guerra conyugal. En general el salto de la poesía a la narrativa en la producción de un autor suele manifestarse por la escasez de recursos narrativos y la implementación del pastiche como elemento determinante de la trama. Tal es el caso de Guerra conyugal, un libro que mezcla poemas, secuencias narrativas, cartas, testimonios, citas, relato autobiográfico; todo en el cuerpo de un libro de 200 páginas. Russo pareciera no haberse hecho la pregunta que se hizo Gamerro, más bien pareciera haber optado por hacer una bifurcación de la tradición escribiendo un texto autobiográfico que escenifica a la misma tradición. Edgardo Russo da cuenta de una realidad provinciana con respecto al acontecimiento que es la guerra recreando de forma irónica la situación de un escritor intentando escribir una novela sobre Malvinas. El problema es que plantea las mismas tesis ya planteadas por Fogwill en los Pichiciegos: el nombre Guerra conyugal habla del problema dialéctico y “carnal” entre la dictadura y la Guerra de Malvinas. Y de esta forma es absorbido por una tradición ya demarcada. De todos modos aborda dos elementos que serán retomados por el escritor rosarino Patricio Pron en una publicación siete años posterior que sí son una toma de posición con respecto al libro de Fogwill. Por un lado la aparición del intelectual, del escritor como voz crítica en la trama narrativa de la novela y por el otro la explotación de la ironía y el ridículo para abordar las zonas de la historia difíciles de asimilar y entender.

Patricio Pron en la contratapa de Una puta mierda (El cuenco del plata 2007) da una definición generacional de lo que significó la guerra de Malvinas para los escritores de su edad: “una victoria secreta porque trajo a nuestra vidas la mentira y la sospecha, que son las únicas herramientas de un escritor”. A partir de ésta la lectura del texto está condicionada por una idea, una forma de pensar la escritura que el autor devela. Una puta mierda, novela escrita curiosamente en español ibérico, es una gran mentira. Quiere ser mentira, quiere usar la mentira y el engaño como gesto estético y político con respecto a la naturaleza del evento, a la historia misma y a las formas de pensar la ficción. La novela transcurre en la guerra de trincheras donde unos soldados novatos que sólo conocen las versiones hollywoodenses del enfrentamiento armado ven la guerra como algo sumamente extraño y sospechoso. Una guerra “rara” en la que una bomba queda suspendida y nuca cae, el enemigo es invisible, las estrategias son inviables y lo que prima es la desinformación y los mal entendidos. El valor de la novela radica en el desarrollo del humor, la parodia y el absurdo como forma de irrumpir en la tradición bélica malvinense y como forma de contestarle al realismo fogwilleano. El recurso picaresco es bien utilizado así para ridiculizar y de este modo criticar a todos los participantes de la guerra: periodistas, soldados, jerarcas, políticos e incluso a la ciudadanía. Pron, en una suerte de continuación de la tangente que plantea Russo en cuanto al canon de novelas sobre Malvinas, recrea la novela paródica mejor escrita dentro de este tópico.

Siguiendo esta línea pero desde otra perspectiva Patricia Ratto publicó éste año, a treinta años de la guerra de Malvinas, su novela Trasfondo (Adriana Hidalgo) que se incluye perfectamente en este corpus inaugurado por Fogwill de novelas que tratan sobre el tema de Malvinas pero, a diferencia de los demás autores, Ratto, no pretende “contestarle”, si no todo lo contrario, dialogar e incluso citar, hacer intertexto. Trasfondo es un realismo lento y tenso que a diferencia de Una puta mierda sostiene el relato a partir de fechas históricas (el hundimiento del Belgrano, del Sheffield, fechas de zarpajes). Se trata de las aventuras de unos marinos en su submarino durante “treinta y nueve días de patrulla y ochocientas setenta y cuatro horas de inmersión” que están todo el tiempo al asecho de un enemigo invisible al que intentan atacar pero siempre fallan por los desperfectos de sus torpedos, comandos y controles; y viven ocultos bajo una tenue luz artificial como unos animales. Tradúzcase animales a pichiciegos y submarino a pichicera. La novela de Ratto aporta una nueva zona de descripción que es la guerra lejos de las trincheras, la guerra de la armada, de la marina; con un lenguaje técnico que por momentos suena convincente y por momentos mal usado, pero que, en todo caso, recrea la atmósfera realista apropiada.


La situación es la siguiente: en tanto se narre la guerra en tiempo real ya hay una versión que lo hace -Los pichiciegos- y entonces todas las versiones siguientes que se escriban sobre la guerra estarán citando, dialogando o luchando con esa primera versión. Ahora bien, hay dos excepciones. El libro de Federico Lorenz y el de Sebastián Basualdo logran saltar, con estrategias genéricas e históricas, el corralón fogwilleano porque lo que hacen es hablar del presente nacional con respecto a la guerra, no del evento guerra en sí mismo.


Lorenz en su libro Fantasmas de Malvinas (Eterna Cadencia 2011) hace un recorrido testimonial por las Islas Malvinas y un recorrido analítico por el pasado histórico y periodístico a través de las que fueron, según su hipótesis, las tres guerras: la el fuego cruzado de las islas, la de la espera de entrar a la batalla en la Patagonia y la de los medios porteños en Buenos Aires y el resto del país. Lorenz escribe un libro de crónicas, pasajes literarios y lúcidas reflexiones sobre la historia con una pregunta como eje para pensar las Islas Malvinas en el presente histórico argentino: ¿qué es una Nación?


El libro de Basualdo Cuando te vi caer (Bajo la luna 2008) es una novela familiar de iniciación que se estructura a partir de la mirada que tiene el protagonista sobre la pareja de su madre que, un ex combatiente de Malvinas. Así como Pron introduce en el tópico Malvinas la parodia, Gamerro la ciencia ficción, Basualdo introduce un nuevo elemento que no es retórico, sino más bien histórico: escribe la primera novela que indaga sobre la vida de los ex combatientes. Si bien la novela es un relato costumbrista ambientado en el barrio de Villa el Parque durante la década de los noventa, aborda una tesis que fue planteada en un verso del poeta Martín Gambarotta: “La guerra continúa en la cabeza del ex combatiente”. Y bajo el régimen de esa tesis analiza fundamentalmente los mecanismos sociales y estatales padecidos por los ex combatientes durante la consolidación de la democracia.


El canon sobre la novela bélica de Malvinas no está del todo definido. Probablemente cuente con dos libros -Los pichiciegos y Las Isla¬s-; todo lo demás es discutible. Cada nuevo autor que escriba sobre Malvinas propondrá una nueva lectura subjetiva y generacional que seguirá expandiendo las ramificaciones estéticas, políticas e históricas sobre un evento trágico y fallido que siempre hablará sobre los límites y alcances de la nación y, fundamentalmente, de la democracia y su plan.



(Revista Ñ 443)