La estampa japonesa -una ilustrísima desconocida para Europa hasta mediados del siglo XIX- comienza a difundirse en el mundo occidental gracias a la persuasiva y compulsiva intromisión en Japón de una escuadra norteamericana al mando del Capitán Matthew Perry, que en 1863 convence a los aislados nativos que el comercio con el exterior es una magnífica y próspera idea.
Hace ya algo más de un siglo que los artistas japoneses, exactamente en en 1742, habían logrado la impresión en colores de sus grabados, haciéndolos mucho más atractivos que los que venían creando en negro desde el siglo XVI.
Finalmente la llegada de este arte original a Europa, en especial a Francia, deslumbraría a los jóvenes artistas que intentaban nuevas propuestas, Van Gogh, Degas, Toulouse Lautrec, fueron los que mejor entendieron esas formas de contorno rotundos y a la vez sutiles y la sublime discreción en el tratamiento del color y sus matices.
Hokusai (1760-1849) Kiyonaga (1742-1947) Útamaro (1754-1806) fueron los maestros más reconocidos. Recordemos como documento al père Tanguy, el mercader en materiales de pintura de París impresionista, pintado con tanta ternura por Van Gogh, nimabo de estampas japonesas. Más tarde, el movimiento de los nabis (profetas): Serusier (1869-1927) Bonnard (1867-1947), Denis (1870-1943) Vuillard (1868-1940) aceptarían plenamente la influencia y la inspiración del arte de Hokusai y Utamaro.
Hokusai, que tuvo larga vida, en un comienzo iluminador de novelas históricas, eligió más tarde mostrar a su pueblo en una serie de álbumes (mangwa) donde se describe minuciosamente la vida cotidiana de la gente humilde.
Es también parte esencial de su obra la serie del Fujiyama (Monte Fuji) en donde muestra en todo su esplendor y terribilidad al volcán símbolo del Japón.
Hokusai es, tal vez, el único pintor japonés que se ha hecho familiar en nombre y obra en el occidente de hoy.
Por B. Rivadavia.
Hace ya algo más de un siglo que los artistas japoneses, exactamente en en 1742, habían logrado la impresión en colores de sus grabados, haciéndolos mucho más atractivos que los que venían creando en negro desde el siglo XVI.
Finalmente la llegada de este arte original a Europa, en especial a Francia, deslumbraría a los jóvenes artistas que intentaban nuevas propuestas, Van Gogh, Degas, Toulouse Lautrec, fueron los que mejor entendieron esas formas de contorno rotundos y a la vez sutiles y la sublime discreción en el tratamiento del color y sus matices.
Hokusai (1760-1849) Kiyonaga (1742-1947) Útamaro (1754-1806) fueron los maestros más reconocidos. Recordemos como documento al père Tanguy, el mercader en materiales de pintura de París impresionista, pintado con tanta ternura por Van Gogh, nimabo de estampas japonesas. Más tarde, el movimiento de los nabis (profetas): Serusier (1869-1927) Bonnard (1867-1947), Denis (1870-1943) Vuillard (1868-1940) aceptarían plenamente la influencia y la inspiración del arte de Hokusai y Utamaro.
Hokusai, que tuvo larga vida, en un comienzo iluminador de novelas históricas, eligió más tarde mostrar a su pueblo en una serie de álbumes (mangwa) donde se describe minuciosamente la vida cotidiana de la gente humilde.
Es también parte esencial de su obra la serie del Fujiyama (Monte Fuji) en donde muestra en todo su esplendor y terribilidad al volcán símbolo del Japón.
Hokusai es, tal vez, el único pintor japonés que se ha hecho familiar en nombre y obra en el occidente de hoy.
Por B. Rivadavia.
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