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domingo, 5 de febrero de 2012

Comer animales




Comer animales



Jonathan Safran Foer





“De la tradición hebrea de mi familia, aprendí que la comida sirve para dos propósitos paralelos: nutre y te ayuda a recordar. La comida y los cuentos son inseparables: el agua salada son lágrimas, la miel no sólo tiene un sabor dulce sino que nos hace evocar la dulzura, el matzo es el pan de nuestra aflicción. Hay miles de alimentos en el planeta, y explicar por qué comemos una parte relativamente pequeña de ellos requiere unas cuantas palabras. Tenemos que explicar que el perejil está en el plato por motivos decorativos, que la pasta no se come para desayunar y por qué comemos alas y no ojos, vacas y no perros. Las historias establecen narrativas, las historias establecen reglas”, escribe Jonathan Safran Foer, y no bien uno comienza a leer su libro Comer animales comprende que esas reglas a las que se refiere no es otra cosa que el modo en que opera el discurso dominante sobre la cultura, entendiendo esto último desde la perspectiva de Beristáin, como un sistema fundado en una herencia,  ideas tradicionales, generadas y seleccionas históricamente, que son producto de acciones y a su vez condicionan acciones futuras, modificando constantemente el ambiente en que vive el hombre. No hay modo de hablar sobre el mundo sin que al mismo tiempo se ponga de manifiesto el carácter ideológico de la cultura a la que uno pertenece. El primer discurso dominante  que reconoce Jonathan Safran Foer proviene de su abuela. “¿Por qué no le cuestionábamos afirmaciones del estilo de que la comida oscura era esencialmente más sana que la de colores claros, o que la mayoría de los nutrientes se encuentran en la corteza o en la piel? Nos enseñó que los animales que son más grandes que uno resultan un excelente alimento, que los animales que son más pequeños también son buenos y que el pescado (que no pertenece a la categoría de animales) es pasable; luego venía el atún (que no era pescado), verdura, fruta, pasteles, galletas y bebidas con gas. Ninguna comida era mala. Las grasas eran sanas: todas, siempre, en cualquier cantidad. Los azúcares eran muy sanos. Cuanto más gordo está un chico, más saludable se encuentra”. La respuesta al interrogante de por qué  no cuestionaba las afirmaciones de su abuela es aparentemente muy sencilla: no sabía lo que hoy sabe sobre las comidas. Nadie puede cuestionar lo que ignora. Los discursos dominantes se nutren  de la herencia cultural: al ignorar, uno reproduce sin cuestionamientos. ¿Qué cambios socioeconómicos se producirían si la prohibición el día de Pascua no fuera ya comer carne sino tener relaciones carnales? El tema de comer animales, afirma el autor, tiene algo que provoca la polarización: no comerlo jamás o nunca plantearse en serio el hecho de no comerlos; uno debe convertirse en activista o despreciar a quienes lo son. Estas posturas opuestas nos indican que comer animales es un tema importante. El hecho de comerlos o no, y de cómo comerlos, nos afecta profundamente. La carne está vinculada con la historia de quiénes somos y de quiénes queremos ser, desde el libro del Génesis a la última factura del supermercado, concluye. Reconocerse en este gran entramado discursivo es el punto de partida de Comer animales. La  motivación  surge con una naturalidad asombrosa:  ha tenido un hijo, se convirtió en padre; y este hecho definitivo es algo más que una anécdota: marca el tono en que se desarrollará la totalidad del libro, sin promover ni acaso fomentar el vegetarismo militante. Comer animales  no es el arduo trabajo de un profeta que, bien arriba de su torre de marfil, señala el camino a seguir partiendo de sus revelaciones ni mucho menos pretende ser un denso ensayo de carácter culinario. Es un libro ameno, donde se da cita la literatura y la filosofía.  Quizá nadie se elija a sí mismo tan deliberadamente como cuando tiene la obligación de criar a un niño y alimentarlo. El hombre en que está pensando Foer es aquel que sale en busca de alimento, ajeno por completo a la tierra y a la cría de animales, cada vez más lejos del contacto con la muerte y por lo tanto con esa falsa sensación de inmortalidad que ofrecen las grandes ciudades para ese tipo de consumidor cuya travesía en materia de proveeduría alimenticia se limita al encuentro con las góndolas de supermercado y sus ofertas semanales. La honestidad de Comer animales incomoda porque pone de manifiesto una serie de preguntas aparentemente triviales. ¿Realmente sabemos de dónde proviene  lo que comemos?  ¿Qué oculta la palabra procesamiento? ¿A qué se le llama productos frescos u orgánicos? ¿Y los productos ecológicos?  Jonathan Safran Foer logra  generar un puente tendido que va de la información más exhaustiva al saber beligerante. Los capítulos se van amalgamando a través de conceptos y experiencias personales, reportajes, investigaciones, informes, cartas, todo el gran entramado discurso gira alrededor de conocer, entre otras cosas, cuál es el trato que se les da a los animales en las granjas industriales, las drogas que se usan, lo virus que se generan, y las manipulaciones en la que se ve inmerso el consumidor que da crédito y confianza a los organismos estatales de control. “Considerad, por ejemplo, el Consejo Nacional para los Lácteos (NDC), el brazo de márqueting de Dairy  Managment Inc., un cuerpo de industrias cuyo único objetivo, según su página Web, es “aumentar el consumo y la demanda de los productos lácteos estaunidenses”. El NDC promueve el consumo diario de lácteos sin considerar sus consecuencias negativas para la salud pública e incluso dirige esos productos lácteos a comunidades incapaces de digerir el producto. Dado que se trata de un grupo comercial, la conducta del NDC es cuando menos comprensible. Lo que resulta difícil de entender es por qué tanto los educadores como el gobierno permitieron que el NDC se convirtiera en el mayor y más importante proveedor de material nutritivo-educacional”. Jonathan Safran Foer es también autor de novelas, entre las que se destaca Todo está iluminado (2002)  y Tan fuerte tan cerca (2005). Comer animales es un libro que además de confirmarlo como un excelente narrador, lo ubica entre los autores más lúcidos y necesarios de su generación.      

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