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sábado, 5 de febrero de 2011

TALLER LITERARIO DE SEBASTIÁN BASUALDO

 Para consultas sobre taller literario escribir a la siguiente dirección. sebastiangbasualdo@gmail.com




El taller: cuento de Nicolás Mazía


Los pasos de la memoria
 
   Estamos volviendo del cementerio, tomados de la mano, luego de haberle dejado un ramo de flores. Murió hace un año. A veces tengo la sensación de que ciertos momentos se me escapan. No sé si son muchos o pocos; pero los tuve y los tengo. Sé que existió y que, acaso por eso, la razón más fehaciente de mi desconsuelo es que ya no está más conmigo.
   “La lastimé”, me dijo. Y eso fue casi lo último que le oí decir. Vengo pensando en esto en el momento en que Vera me toma de la mano. Me mira: siento la inquietud en sus ojos. Pequeña, pienso. Mira hacia todos lados, como si buscase algo. Luego gira su cabeza. La dulzura ahora en el fondo de sus ojos. Sus mejillas rosadas. Su piel casi blanca, pálida. Las flores se las había dado a Vera. En realidad no sé bien por qué hice eso; pero me gustaba la idea de que ella le dejase aquel ramo de camelias.
     -Las flores son hermosas- dice Vera. Se arrodilla. Vera coloca las flores delicadamente sobre la tierra.
       -Vos te hubieras llevado bien con mi padre.  
       Ella me mira y sonríe. En realidad, no sé por qué dije eso. No sé si acaso se hubieran llevado bien, la verdad no lo sé, pero algo dentro de mí me obligó a decirlo. Pensé entonces en que me hubiera encantado que se conocieran. Me pregunto si acaso habría aprobado mi matrimonio.
   Después de dejarle las camelias la ayudo a levantarse y comenzamos a caminar, tomados de la mano y en silencio, como si ella comprendiera que no hacía falta decir nada. Algunos recuerdos vienen y se van. Hay días en los que la angustia me invade al no poder recordar ciertos detalles de lo que viví con mi padre. Sé que ella entiende que el silencio es necesario, que a veces es mejor pensar que hablar.
    Hubo una vez en la que le conté sobre una chica que me gustaba. Estábamos en su casa, en la cocina.Me gusta una chica.” Se echó a reir. Ahora, lo sé, no me avergonzaría de ello. “Bueno, pero contáme. ¿Cómo se llama?
      Entonces pienso que a veces cuando alguna ocasión vuelve a nosotros, somos nosotros mismos los que distorsionamos aquel momento: cambiamos ciertas cosas, lo situamos en otro lugar, alguna frase se nos olvida, las palabras cambian casi deliberadamente su orden y hasta los tonos de las voces se ven modificados. Cuán profundo e ininteligible es el país del olvido.
     Vera me toma el brazo con fuerza pero delicadamente, como si me diese a entender que, pese a todo, no estoy solo.
   “Si te digo que sueltes todo, soltás todo”, dijo. Y no le respondí. Apreté el embriague y puse primera. Fui soltando el pedal de a poco mientras apretaba el acelerador. Anduvimos cerca de media hora. Detrás de un cementerio por donde había una ruta por la que no pasaba nadie. Cuando aquel momento acabó y debíamos dar la vuelta me dijo que bajase del auto. Yo le hice caso, casi sin mirarlo. Él bajó también. Yo me quedé parado junto a la puerta del Taunus verde y mi corazón aún latía con fuerza, lo vi acercarse a mí lenta y parsimoniosamente, como si disfrutase cada segundo. Llegó hasta donde yo estaba y me miró a los ojos. Entonces todo estaba en calma y el silencio era absoluto. Este es uno de los días más felices de mi vida”. Me dijo, mientras me abrazaba. Yo tenía ocho años.
    Siento algo extraño. Me detengo. Ella hace lo mismo y me mira.
-         ¿Estás bien?
-         Si – digo.
    Vera me mira atenta, como entendiendo que todo lo que pudiera decirle sería algo serio e importante. Sé lo que voy a decir y sé cómo decirlo, pero tengo miedo. Vera me mira con una sonrisa apenas perceptible. Yo le contesto con la mirada y doy una especie de resoplido, como si de ese modo me liberase de algo. Y de pronto siento como si un nudo se soltase en mi corazón.
-         La engañaba - alcanzo a decir.
  Ella me mira, no me saca ni un segundo la vista de encima, como si me vigilara.
-         Íbamos en el auto, y me dijo “la lastimé”, “¿qué, le pegabas?” había preguntado yo. Entonces él me miró y me dijo “no, la engañaba”.
    Recuerdo aquellas veces en las que hablábamos sin pruritos sobre un tema que es tan difícil de tratar y del cual muchas veces se huye sin entendimiento, acaso tan solo por el miedo que da lo que no sé conoce. Es eso lo que me decía siempre, que la gente le teme a lo que no entiende o no percibe, pero después me aclaraba todo utilizando una frase que decía con frecuencia: No te preocupes”, me decía “detrás del miedo está la libertad.”
     Ojalá que para él la muerte haya sido una de las formas de la libertad.


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