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martes, 20 de septiembre de 2011

Homero Manzi. Para Página 12

Si la vida de Homero Manzi fuera una alegoría de los héroes nacidos de toda gran epopeya, al libro de Horacio Salas no le faltaría ese particular virtuosismo. La mirada del poeta está presente junto al gran ensayista o, lo que sería mejor: coaligan amigablemente.
El viaje puede iniciarse a partir del nacimiento de Manzi, en Añatuya, provincia de Santiago del Estero, donde fue anotado como Homero Nicolás Manzione, en el año 1907, cuando el pueblo era un mísero villorrio sin ladrillos, sin médicos, sin Registro Civil... Añatuya como punto de partida para lo que será después el descubrimiento de Boedo: todavía un arrabal de Buenos Aires, donde no faltaban tambos, baldíos donde señoreaba algún ombú, y las mitológicas herrerías ya inmortalizadas en el inconsciente colectivo (“la esquina del herrero/ barro y pampa”), su pupilaje en el Colegio Luppi y las primeras canciones que encontrarán un premio por su tango “Déjenme solo”, con música de Antonio Roganti.
Inmerso en el camino de pruebas, Horacio Salas crea de manera majestuosa el perfil del hombre que ya en su etapa de separación le confiesa a Jauretche lo que después tomaría forma de augurio concebido: “ser hombre de letras o hacer letras para los hombres”, y todo dentro de un contexto histórico que le perteneció a la altura de su arte. Parecería no haber vivencia que no haya quedado plasmada en su obra.
Allí están sus lecturas: desde Victor Hugo a Federico García Lorca, su paso por la escuelita de barrio, la Facultad de Derecho, y todo cuanto fuera capaz la poesía de ayudarle a comprender el mundo mientras su resistencia yrigoyenista es un puente tendido hacia la fundación de Forja, o, más precisamente, hacia el desencantamiento. Porque Homero Manzi llegará a conocer el infierno de la cárcel y soportará la incomunicación total en la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras.
Suspendido en la facultad, y dejado cesante de sus cátedras en los colegios Sarmiento y Moreno, Homero Manzi deberá buscar nuevas formas de sobrevivir: el periodismo. A partir de entonces, el preanuncio de Sur, Gardel, y lo que él mismo declararía sobre su aporte a la música popular (“haber renovado la milonga, haber creado una milonga suburbana, de la ciudad, diferente de la campera”). Y junto a Sebastián Piana trabaja para “Milonga del novecientos”: “Varón, pa’ quererte mucho/ varón, pa’ desearte el bien/ varón, pa’ olvidar agravios/ porque ya te perdoné...”
Claro que para entonces ya es un poeta, amigo de Cátulo Castillo y Enrique Santos Discépolo. Los siguientes pasos son la dupla con Aníbal Troilo –”Barrio de Tango”–, su acercamiento a Roberto Arlt y el mundo cinematográfico (libros y adaptaciones: Nobleza gaucha), para colaborar, a partir de 1940, con Ulises Petit de Murat durante varios años. Cuando Manzi se inclinó al peronismo, la amistad se enfrió.
De Irigoyen a Perón, y con tangos memorables como “Malena”, el autor de “Sur” irá completándose minuciosamente a partir de distintas perspectivas.
Homero Manzi y su tiempo es, a la vez que una biografía, una ofrenda. Cada capítulo escrito por Horacio Salas compone un marco histórico donde el héroe se proyecta con dimensión de epopeya, muriendo como hombre para renacer como mito, conforme, pues, a un nuevo anacronismo donde Horacio le rinde un sutil homenaje a Homero.

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