La fidelidad –cuando se estipula o formula– resulta un pacto entre farsantes, o en contadas ocasiones, entre ingenuos o tontos. La fidelidad, cuando se da ese imponderable, es un delgado y oculto caudal que corre subterráneo, necesariamente silencioso e imperceptible, sobre todo para los que son inocentes beneficiarios de semejante entrega. Claro que también están ciertos monógamos que son como los patizambos, que no tienen otra posibilidad de serlo, que la sortija del tiovivo de la vidales ha caído por única y última vez en las manos. Esos están ahí y se acabó, no hay ni mérito ni crítica, simplemente dejémoslos transcurrir. Pero volviendo a lo nuestro, el fiel quimicamente puro tiene que estar en paz, tiene que emanarle la fidelidad como perfume de gracia, pero no en su clara monogamia, no en su abstención. Quien se abstiene no es feliz, es un sistemático desdichado, para que valga, uno tiene que tener la inusual intención de verlas pasar como bellos paisajes y nada más, nada más. Para mayor desaliento, el estudio del comportamiento animal, la etología, con sus más rigurosos, inquisitivos y actualizados estudios, está llegando a la desencantadora conclusiónde que las parejas arquetípicamente fieles del mundo animal (los pingüinos o los caballitos de mar, por dar dos ejemplos hasta ahora ejemplares), bueno, lo son sólo en apariencia, se tiran alguna cana, alguna pluma o alguna escama al aire, son infieles, circunstancialmente infieles, pero infieles al fin. ¿Es que acaso el amor como la felicidad no son circunstancias? El resto es empeño. Estos cuentos, en su mayoría, nos hablan de la infidelidad, de ese ir y venir de la gente, de los entrecruzamientos, de los embrollos que esto provoca. Pareciera que para el autor, el mundo es un gran torbellino de pasiones que nunca cesa. Tal vez sea así; es que todos de alguna manera u otra, nos reconocemos en algún episodio o en algún recodo de estos cuentos. Acá está el humano buscando desesperadamente el ser feliz, al menos un poquito, y cuanto más cerca de una cama esté, será mucho mejor. Sebastián Basualdo nos da el testimonio de la nueva generación que, al igual que los que ya hemos pasado por esas turbulencias, procura la meta del amor, que siempre es conflicto, aun en sus remansos, pero que es lo único que nos justifica la vida. Lo demás es cartón pintado. “Que estén tranquilos todos los solitarios y tolerantes, el amor es un eterno soportar”. Nos aquieta desde el pasado el evidentemente poeta chino Lo-Fu. No creemos que sea tan así, tal vez resulte algo más edificante suponer que el amor es un eterno batallar.
B.Rivadavia.
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