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miércoles, 6 de octubre de 2010

Sándor Márai

La fama póstuma es algo demasiado singular para culpar de ceguera al mundo o a la corrupción del medio literario. Tampoco puede decirse que sea la amarga recompensa a aquellos que se adelantaron a su tiempo, como si la historia fuera una carrera retráctil en la que algunos competidores corren con tanta rapidez que simplemente desaparecen del ángulo de visión del espectador, como escribió Hanna Arendt, refiriéndose a Benjamín, aunque bien puede aplicarse al artista en general, y basta con pensar en Sándor Márai para estar de acuerdo con ella cuando -citando a Séneca- afirmó que la fama es un fenómeno social; porque ad gloriam non est satis unius opinio. Tampoco, agregaríamos, para impedir su legado: la obra del escritor húngaro pudo ser prohibida durante decenios en su país natal cuando ya era considerado uno de los autores más importantes de la literatura centroeuropea; pero no pudo lograse que sucumbiera a la marginalidad del olvido.

Publicada en castellano por la editorial Salamandra a finales de los años noventa, la novela El último encuentro, por ejemplo, llevaba para el año 2002 diecisiete reimpresiones, y otras tantas le tocó en suerte a La herencia de Eszter, novela escrita en 1939, tres años antes que la citada anteriormente. Si bien en nuestro país la llegada de Sándor Márai fue algo aletargada y serena; algunos títulos circulaban sin apremios en los pequeños circuitos literarios e intelectuales antes de que se estampara la primera reseña en los suplementos dominicales, como suele suceder. Lo cierto es que no tardó en extenderse como una red luminosa la gran amalgama de reseñas y notas y, naturalmente, ya no resultó tan difícil que el lector común accediera por recomendación -o acaso por efecto del mercado- a la obra del gran escritor húngaro.

A cuenta gota se fueron sucediendo títulos como Divorcio en Buda, La amante de Bolzano, La mujer justa, Confesiones de un burgués, ¡Tierra, tierra!, La hermana y La extraña, novela publicada por primera vez en 1934, cuyo personaje principal es Viktor Henrik Askenasi, un profesor de Griego y Lenguas de Asia Menor en la Escuela de Estudios Orientales que, a sus cuarenta y ocho años, siendo un hombre respetable para la sociedad, casado y con una hija, siente revelarse en su conciencia los discursos anónimos que configuran lo verosímil para la opinión pública, y, como un héroe que va detrás de su fatum profugus, decide abandonar el orden preestablecido para iniciar un camino donde la razón, lo correcto y lo necesario no siempre tienen lugar en la síntesis última que es todo hombre -cualquier hombre- con respecto a su cultura.

Askenasi quebrará la armonía de su vida, dejará a su mujer, su hija y todo lo concerniente a su trabajo para ir detrás de una bailarina que conoció por efecto de la contingencia y que no tardará en abandonar cuando le haya servido como puente tendido hacia las zonas más oscuras de sus interrogantes: la sensación de que ha perdido algo que necesita recuperar. "¿Cuánto más durará este viaje tan difícil?-se preguntaba a veces-.¿Y qué pasará cuando finalmente llegue a algún lugar? Con Anna ya nunca podré volver". Mujeres como sibilas que guiarán al profesor a un descenso interno para terminar, por fin, luego de un largo viaje, hospedándose en el Hotel Argentino, en Dubrovnik, donde el encuentro con otra mujer pondrá fin a la angustia metafísica en un solo y último acto perentorio. "La gente lo clasifica todo en unas pocas nociones preconcebidas, como amistad, amor, matrimonio, aventura, infidelidad, y piensan que la vida cabe en estos conceptos. Pues no cabe".

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