...Es trivial y fortuita la circunstancia
De que seas tú el lector de estos ejercicios, y
Yo su redactor.
J.L.Borges: Fervor de Buenos Aires
¿Quién es, si acaso es definible, el lector de Jorge Luis Borges? Sin entrar en terrenos idealistas, la pregunta no parece tan fácil de responder. En términos de mercado no puede equipararse al lector de García Márquez, por ejemplo, puesto que no hay un lector definible: son todos, y, al mismo tiempo, no es nadie. Si Borges adora incomodar al lector exigiéndolo, no es menos cierto que también logra desarraigarlo con brutalidad de esa falsa comodidad que nunca se llamó literatura y donde, por otra parte, nunca faltaron cruces de vínculos dispares e inusitados. Es cierto que una obra puede abordarse de diversas maneras, su significación nunca es unívoca, pero tampoco puede haber cualquier sentido (pienso en una lectura muy asentada en las escuelas que se le hizo al cuento que Borges le publicó a Cortázar, donde se confunde ideología con intención estética). Un lector atento intuye que es tan complejo anular significaciones donde aún no ha llegado a comprender, como sumar criterios y relacionar una multiplicidad de conceptos que harán aumentar, finalmente, lo que en términos de Umberto Eco será su propia enciclopedia. Percibir equivale a una lucha descarnada por encontrar sentido. Gadamer afirmó que la relación entre texto y lector obedece a la lógica de pregunta y respuesta. El texto es, pues, la respuesta a una pregunta; dicho de otra manera: sólo percibo en un texto aquello que tiene que ver conmigo. Lo cierto es que la respuesta dada a mi pregunta nunca es plenamente suficiente, de manera que el propio texto plantea también preguntas y es ahora el lector al que le toca encontrar las respuestas. De lo que resulta que la lógica de pregunta y respuesta se presenta bajo su forma dialéctica o, ya que se trata de epistemología, bajo la forma de círculo hermenéutico. Leer al autor del Aleph implica, indefectiblemente, recorrer la Biblioteca para poder generar nuevos eslabones de preguntas y respuestas. El lector de Borges es inquieto, quiere abrir puertas; adentrarse en su obra es como recibir un manojo de llaves: el mero hecho de elegir una, generará angustia. Inquietud y angustia definen un tipo de motivación y allá va el lector, a veces, en busca de la crítica especializada que lo ayudará, si es honesta (reveladora y no dogmática) y motivadora (no excluyente), a encontrar las fuentes, revelar citas, desenmascarar lo apócrifo, mostrar un guiño que el autor le hizo al lector (o a sí mismo) o echar luz sobre un tópico antes vedado por la incomprensión. Como ocurre con todo acto enunciativo, no hay modo de controlar los niveles connotativos de un mensaje, pero puede leer a Alazraki, por ejemplo, quien descubrió un modelo estructural basado en el espejo como modelo que puede aplicarse a todos los relatos, más allá de sus diferencias individuales. Lo cierto es que un autor llevará a otro: Alazraqui, Roland Barthes, Beatriz Sarlo, y otra vuelta de tuerca hacia la literatura con Chesterton, Coleridge, De Quincey, Johnson, Virgilio, Horacio, y ad infinitum ya que no es ninguna novedad que Borges concibe la obra literaria como reelaboración de la literatura, es decir, como reformulación de la lectura de obras anteriores; y es ahí donde estriba su originalidad, entendiendo esto último con su significación etimológica: la de ser fiel al origen. Gerard Genette afirmó que el tiempo de las obras no es el tiempo definitivo de la escritura, ni el tiempo indefinido de la lectura y la memoria. El sentido de los libros está delante de ellos y no detrás, está en nosotros, un libro no es un sentido dado de una vez para siempre, una revelación que nos toca sufrir, es una reserva de formas que esperan sus sentidos, es la ‘inminencia de la revelación que se produce’, y cada uno debe producir por sí mismo. No hay una relación directa entre los niveles de lectura y las competencias que tenga el lector, aunque no deja de ser cierto que cuanto más aumenta su enciclopedia, más puede exigirle a Borges, y, paradójicamente, éste nunca defrauda. Un lector culto podrá ver en el Aleph un descenso a los infiernos; el camino iniciatico: katábasis, anábasis y la búsqueda del fatum prófugus; puede otro advertir un nivel de meta-lenguaje: una discusión sobre la literatura de la mano de Carlos Argentino Daneri, o no puede todavía encontrar ninguna de estas lecturas y comprender acaso un cinco por ciento del total de la trama. Ese cinco por ciento será cultura. Mañana el lector robará unas horas al día para perderse en la biblioteca pensando en lo que alguna vez dijo Unamuno: que ningún lector es el mismo de un día para otro. O, parafraseando al célebre sofista refutado por Platón, pensará con una sonrisa que Borges es la medida de todas las competencias. Cada lector tiene su Borges personal, es cierto. Más aún: leer es un acto de felicidad, aunque no por eso deja de implicar un esfuerzo.¿ Quién es el lector de Borges? Alguien que asume el desafío, sea recorriendo anaqueles con la lupa de la crítica especializada o, simplemente, minado por la duda como quería Aristóteles.
..SÌ !!.."LEER ES UN ACTO DE FELICIDAD" Y ME METO EN MUCHOS RINCONES, LLEVADA POR LA DUDA..
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