Etiquetas

lunes, 18 de octubre de 2010

Tiro al segno (cuento incluído en Fiel)

-Nos quedamos acá -dijo, observando el campo abierto que parecía desnudarse frente a ellos-. Nunca tiramos de este lado, ¿no es cierto? Dejá tus cosas cerca del bolso -agregó, mientras desenfundaba el máuser.
Dejar sus cosas, sí; pero ¿cuáles? Las que trabajosamente había traído no podían apoyarse en ninguna parte. Nunca pensó que sería el polígono de tiro el lugar que elegiría para encontrarse con él. Y ahora estaba viendo el máuser ya sostenido por el esqueleto de hierro y a su padre simulando una postura detrás del gatillo: su mano pesada y ancha resolviendo entre poses la graduación final de la mira telescópica.
Si supieras cómo te veía años atrás, Francisco. Ahora ya no le impresiona el modo en que fumás el cigarrillo, ni tu mano pesada sobre su hombro, ni mucho menos el tono de tu voz imponiéndose con elegancia sobre lo más templado de una garita de seguridad; porque esta vez no habrá ninguna mano pesada y ancha sobre su hombro ni creo que te hayan recordado los empleados del club. ¿Recordarás cómo te saludaban?
"Buenos días, señor".
Y entonces él, Francisco Martoy, desplegaba una sonrisa desde lo más alto con un ademán y un guiño de ojo que siempre lograba tranquilizarlo. Después decía:
"Vine con mi pibe".
Y su mano se hundía en el bolsillo del jean: primero le dabas el dinero para que él mismo pagara su entrada y después querías que fuera a comprarse una coca-cola. Ya no podés decir:
"Con el vuelto comprate una coca-cola, Lautaro".
Creció, descubrió tu secreto: el gran emperador tenía teorías livianas como un billete: los pibes no duran más de cinco minutos motivados por una idea. Todos los sábados de aquellos últimos dos meses fueron así. Lo que necesitabas, lo que vos realmente necesitabas, Francisco... En todo caso, no era tener unas horas sin molestias, sin pedidos recurrentes de un chico que se hastía rápido. Como una mujer, sí; las mujeres también se cansan.
-Andá -dijo, encendiendo un cigarrillo-, fijate si vas a poder tirar cómodo.
-Está bien -dijo, sin moverse.
Lo miró a los ojos; por primera vez desde que se habían encontrado lo miró a los ojos y después (uno de los dos tuvo que desviar la mirada, quizá fuiste vos), ya sentado a una pequeña mesita de madera, abrió el bolso, quitó el termo, el mate y un paquete de yerba. Cargó el mate con agua y, acercándose, dijo:
-Antes de irnos, te voy a dar mi número de teléfono.
Le ofreció un mate, pero Lautaro lo rechazó; tomarlo significaba acceder a una comunión a la que no estaba dispuesto a entregarse. Significa olvidar el motivo por el cual él había aceptado verlo otra vez. Y se lo dijo:
-Mamá decía que yo era el hombre de la casa.
Francisco tomó el mate de una chupada, lo dejó sobre la mesa y caminó hacia el máuser (el zapato izquierdo aplastó el cigarrillo contra el piso). Adoptó la postura con naturalidad; el dedo rozó toda la curvatura del gatillo. El dedo inquieto esperó una orden. Si estaba nervioso era sólo por falta de práctica. El disparo arrancó de raíz el silencio y se lo llevó lejos, hacia el otro lado del campo.
Al blanco.
-¡Centro! -gritó.
-Vos sabías.
-Tirá, Lautaro.
-No quiero.
-¡Tirá!
Lentamente apoyó el dedo. Lautaro sintió el frío del gatillo. Siempre decía que no se debe respirar.
Disparó.
-¿Qué te pasa? -dijo, parándose detrás de su hijo -Levantá más el hombro. Tranquilo. Retené el aire cuando vas a disparar. Concentrate. Pensá en alguien que odies, pero sin respirar, la clave es no respirar.
-Decía que se sentía más tranquila desde que vos no estabas en casa.
-Tira otra vez, y acordate de lo que te dije.
Disparó: muy lejos del centro.
Con un gesto brutal, Francisco le dio a entender que ahora era su turno.
-¿Por qué te fuiste?
-No- dijo, incorporándose-. Vos me querés preguntar otra cosa. Querés saber por qué no me fui antes.
A veces, Lautaro pensaba en eso que dijiste un día. Era sábado. Estaban en la cocina; le habías pedido, en el tono imperativo que te caracteriza, que prepara el equipo del mate para ir al polígono. Mientras tanto, vos planchabas una camisa, una camisa a cuadros, gris, y llorabas. Esa mañana llorabas, Francisco, mientras planchabas en la cocina.
-Un día te vi llorar.
-Ahora no quiero hablar de eso, Lautaro.
-Pero yo sí.
-No tiene ningún sentido.
-Ya no soy un...
Y comprendió que aquel cuerpo inmenso ya no repararía en la pose, ni en la técnica. El dedo buscó el gatillo rápidamente; absolviéndose de todo preparativo, buscó el filo del gatillo como si no lo pensara y disparó.
-Cuando una mujer que al entrar a su casa lo primero que hace es recordarte que tiene pie plano, te lo está diciendo todo.
-No entiendo.
-Tirás vos ahora, dale.
-No entiendo, ¿qué querés decir? Que mamá...
-Nada. Tirá, Lautaro.
-Explicame. No entendí lo que quisiste decir.
-Tirá, por favor.
-No entiendo.
-¿Qué carajo querés entender? ¿Sabés por qué veníamos todo los sábados? ¿Querés saber por qué cuando llegaba el sábado yo te decía: "Prepará las cosas del mate que nos vamos al polígono? Lautaro, hijo, así yo me quejara, ella siempre decía lo mismo: "Los sábados son para mí". Después de oír esa frase ridícula tenía que soportar ver cómo se maquillaba para la gran fiesta. ¿Qué fiesta podía haber un sábado a las diez de la mañana? Puta es la palabra. Dale, tirá.

No habrá concentración, no se verá nada. El blanco, a medida que pasen los segundos, se alejará más. Como la razón de estar ahí, imprimiendo una escena en el tiempo. Ya no habrá blanco, Francisco, y el cuerpo de Lautaro no querrá permanecer quieto, no querrá dejar de respirar.
Disparó.
El disparo levantó pasto.
Lautaro soltó el máuser. Francisco dijo:
-Cometiste una estupidez. Tirá otra vez.
-No.
-¡Tirá otra vez, carajo!
Y el dedo cayó sobre el gatillo como cae una última oportunidad, como se precipitaría el silencio sobre su mirada expectante y terca. Mentirosa. No respiró, Laurato esa vez no respiró; pero el disparo salió tan desordenado y brusco que terminó lastimándole el hombro. A los lejos, como un matiz de desobediencia, el viento comenzó a arrastrar de un lado a otro los restos de un pasto quemado ya muerto sobre la tierra.

1 comentario: