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lunes, 11 de octubre de 2010

UNA MESA PARA EL VINO DE HORACIO Y PABLO NERUDA

Nadie ignora la importancia que el vino ha tenido y tiene dentro de la literatura. Como afirma el doctor Fraschini: comenzando por Homero –el episodio del Cíclope-, pasando por los escritos de Hesíodo -los pasajes dedicados al cultivo de la vid- en los Trabajos y días-, o en obras como Las bacantes, de Eurípides, en Virgilio sobre todo en el libro II de las Geórgicas, incluso en el Antiguo Testamento (El origen del vino, en el episodio de Noé .Génesis, IX. Los beneficios de la moderación en el consumo del vino. Proverbios, XX, en Eclesiastés X, y tantos otros). Más tarde en la poesía medieval –Libro de buen amor o los Carmina Burana-, los románticos –Keats, Espronceda, etc- los modernistas –Baudelaire, Verlaine,- hasta los contemporáneos y, por sobre todo, hasta el poeta chileno Pablo Neruda. El vino ha estado junto a la literatura desde siempre, o como diría Horacio: “Si se ha de dar crédito, docto Mecenas, al viejo Cratino, ninguno de los poemas escritos por bebedores de agua pueden gustar ni perdurar largo tiempo. (..) Homero nos descubre su afición al vino por los elogios que de él hace. El mismo padre Ennio, a no ser bebido, nunca se lanzó a cantar las armas”. Mi propósito es comentar dos poemas de Pablo Neruda (El Vino y Oda al Vino) desde una perspectiva horaciana, o, si se prefiere, establecer un espacio propicio para que ambos poetas dialoguen. No se trata, por lo tanto, de falsas analogías ni de ceñidas comparaciones. Se trata, sí, de ejercer ese derecho tan maltratado que todo lector tiene a la hora de adueñarse de sus lecturas. Ex nihilo nihili, sentenció Lucrecio. Y como la palabra original sigue significando ser fiel al origen, quizá por eso, conciente de la importancia que tiene el vino como tópico dentro de la historia literaria. Pablo Neruda escribió en su Oda: “(...) vino, liso / como una espada de oro / suave / como un desordenado terciopelo / vino encaracolado / y suspendido / amoroso/ marino / nunca has cabido en una copa, / en un canto, en un hombre / coral, gregario eres, / y cuando menos, mutuo (...)”. Y Horacio, que le ha dedicado gran parte de su obra a ese “estrellado hijo de la tierra”, sabe que el vino puede provocar el alejamiento de las preocupaciones, del dolor, el temor y de todo mal. Conoce sus virtudes y los efectos que se manifiestan en el hombre: “Quo mihi fortunam, si non concedetur uti? (...) Contracta quem non in paupertate solutum…”Epist I,5 (¿Qué hay que no libere la embriaguez?: descubre secretos, afirma las esperanzas como realizadas (...), alivia la carga de los espíritus angustiados (...) ¿a quién no liberaron de su estrecha pobreza?), o: “Capaciores affer huc, puer, seyphos /et Chia vina aut Lesbia/ (..) /curam metumque Chesaris rerum iuvat/dulci Lyaeo Solvere...”. Epod. IX (Trae aquí, muchacho, copas más grandes y vino de Quios o Lesbos, o escancia un Cécubo para calmar el vacilante mareo, es agradable ahogar en dulce Liceo las preocupaciones y temores habidos por los asuntos del Cesar). Asuntos, después de todo, mortales. Y en palabras de Pablo Neruda: “A veces te nutres de recuerdos /mortales, / en tu ola / vamos de tumba en tumba / picapedrero helado / y lloramos / lágrimas transitorias (...)” El núcleo fundamental de la lírica horaciana, afirma el doctor Fraschini, es el tiempo, no ocurre lo mismo en la obra de Pablo Neruda, por supuesto, sin embargo hay ciertos versos que bien podrían dialogar con el poeta latino desde una perspectiva epicúrea: la imagen de la primavera como modelos de vida, su inexorable destino hacia el invierno. Imagen que está asociada a la conjunción vino-perfume-flores, de la que se goza mientras no llega la muerte. Neruda dirá: “No entraste en esta casa para que te arrancara / un pedazo de ser. Tal vez cuando te vayas / te lleves algo mío, castañas, rosas o / una seguridad de raíces o naves / que quise compartir contigo, compañero. / Canta conmigo hasta que las copas / se derramen dejando púrpura desprendida / sobre la mesa”. Y en la Oda al Vino: “Pero no sólo amor / beso quemante /o corazón quemado / eres, vino de vida, sino / amistad de los seres, trasparencia /coro de disciplina / abundancia de flores (..) / tu hermoso traje de primavera / es diferente / el corazón sube a las ramas / el viento mueve el día / nada queda / dentro de tu alma inmóvil. / El vino/ mueve la primavera /crece como una planta la alegría / caen muros / peñascos / se cierran los abismos / nace el canto”. Ya en el final del poema: “Nosotros cantaremos con el vino fragoso / de la tierra: golpearemos las copas del Otoño, / y la guitarra o el silencio irán trayendo / líneas de amor, lenguajes de ríos que no existen, / estrofas adoradas que no tienen sentido”. Y Horacio, por su parte: “Huc vina et unguenta et nimum breves /flores amoenae ferre iube rosae...”Od., II,3. (Manda traer aquí vinos y perfumes y rosas, flores demasiado efímeras, mientras que tu situación y tu edad y el hilo funesto de las tres Parcas lo permiten) O bien: “Cur non... / Assyriaque nardo potamos uncti? / Dissipat Euhius curas edaces. Quis puer ocius restinguet ardentis Falerni (…)” Od., II, II (¿Por qué, mientras es posible, no bebemos tranquilamente echados a la sombra de este alto plátano o de este pino, perfumado con rosas nuestros canos cabellos..) También: “Quod si dolentem nec Phrygius lapis / nec purpurarum sidere clarior /delenit usus nec Falerna ... Od., III, I. (Y si ni la piedra de Frigia ni el uso de las púrpura, más brillantes que las estrellas, ni las vides Falernas ni el costo Acamenio consuelan al que sufre...).“Illie omne malum vino cantuque levato/deformis aegrimoniae dulcibus alloquiis”. Epod XII (Una vez allí, desecha todos tus males con vino y con cantos, dulce consuelo de la fea melancolía) Finalmente: “Nescis quo valeat nummus? Quem praebeat usum?/Panis ematur, holus, vini sextarius, adde/quis humana sibi doleat natura negatis”. Sat I.I (¿No sabes para qué sirve el dinero? ¿Qué utilidad puede tener? La de comprar pan, legumbres, un sextario de vino, y añádele todo aquello que la naturaleza humana reclama si no tiene...). El poeta chileno, cantará: “Que lo beban / que recuerden en cada / gota de oro / o copa de topacio / o cuchara de púrpura / que trabajó el otoño / hasta llenar de vino las vasijas / y aprenda el hombre oscuro /en el ceremonial de su negocio /a recordar la tierra y sus deberes / a propagar el cántico del fruto”. Al momento de materializar en palabras -ordenar según una lógica- lo que instintivamente cualquier lector realiza (establecer conexiones, imaginar un encuentro, postular una hipótesis de lectura) siento la necesidad de aislar los siguiente versos de la perspectiva de Horacio. En la Oda al Vino, Neruda evoca la figura de una mujer, la celebra sobre lo más intenso de su cosmología: “(...) Amor mío, de pronto / tu cadera / es la curva colmada / de la copa / tu pecho es el racimo / la luz del alcohol tu cabellera / las uvas tus pezones / tu ombligo sello puro / estampado en tu vientre de vasija, / y tu amor la cascada/ de vino inextinguible / la claridad que cae en mis sentidos / el esplendor terrestre de la vida(...)”. Establecer conexiones, imaginar un encuentro no menos ficticio que anacrónico, postular una hipótesis de lectura comparada, acaso eso y más, es lo que da principio y fin a la palabra literatura. En suma, lo que hace el lector cada día en su siempre delicada soledad. Nuestra generación –me refiero a los lectores y escritores que han nacido durante la década del setenta- no podrá leer nunca la obra de Pablo Neruda desde la perspectiva que la leyó aquella generación que ha visto derrumbado su sueño tras la muerte de Allende, por ejemplo. Se me objetará que eso ocurre siempre. De acuerdo, no leemos el Quijote como lo leyeron sus contemporáneos. Ocurre que Pablo Neruda nació hace cien, en términos literarios sabrán los críticos lo que significa. Su muerte, todavía temprana, está demasiado cerca de esta nueva generación que bien podría sentir que ha perdido una parcela de sombra donde leer sus poemas. Para los que gustan de etiquetas, Pablo Neruda va camino a ser un clásico, pero no es menos cierto que ya hay hombres para quien, como quería Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda es poesía, todo él se ha convertido en poesía.
“Dame la mano, encuéntrate conmigo,
simple, no busques nada en mis palabras
sino la emanación de una planta desnuda.
Por qué me pides más que a un obrero? Ya sabes
que a golpes fui forjando mi enterrada herrería,
y que no quiero hablar sino como es mi lengua”.
  (XVII. El Vino.)

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