Si intentáramos por un momento explorar dentro del pasado reciente de la historia argentina, de seguro, uno de los interrogantes más grandes al que arribaríamos podría centrarse en torno a la guerra de Malvinas. No solo por ser la única participación bélica de esta nación a lo largo de un, ya de por sí, complejo siglo XX, sino porque aquel conflicto, de algún modo, clausura el horror y los arrebatos coléricos de un gobierno de facto que empezaba a evidenciar su propia impericia ante los hechos.
¿Qué causas motivaron realmente ese conflicto? ¿qué intereses eran los que allí estaban siendo puestos en juego? Desde varios puntos de vista –sociológico, histórico- se sigue visitando este núcleo sin establecer una respuesta unívoca. Y una buena pregunta para hacernos sería si desde el lugar que le toca a la literatura este conflicto no es susceptible de ser analizado: al menos vale decir que una guerra inventada como aquella, puede ser recreada desde el poder de la palabra creadora para ser, a su vez, postulada como un punto de posterior análisis.
En los últimos veinticinco años varias novelas y relatos[1] de nuestra literatura han tomado como eje dicha representación. La primera novela de Sebastián Basualdo, Cuando te vi caer, publicada por la editorial Bajo la luna, de algún modo, también la toma. Es sobre la vida de Francisco Martoy, ex combatiente de Malvinas, que Lautaro Nogán, el joven protagonista de la novela, escribe en su diario íntimo. Y alrededor de esta figura, escurridiza por momentos, es en donde todo cobra su sentido en el relato.
Los flashbacks al mencionado diario son la columna vertebral de la novela. En ese interesante juego que se establece entre el pasado y el presente de la narración, agregando también las fotos de época, es donde el autor logra desplegar toda su amplia y efectiva artillería narrativa. Usando, además, una prosa sencilla pero que trabaja con voluntad de orfebre, Basualdo entrega imágenes que impactarán fuerte en el imaginario del lector.
Cuando te vi caer tiene, por momentos, algo de novela de iniciación: es en el aprendizaje y comprensión del significado que emana de las palabras mismas en donde Lautaro recibe su mayor legado. Las palabras remiten a los recuerdos y estos, recíprocamente, nos conducen a la utilización de nuevas palabras que hagan factible la representación de esos mismos recuerdos. También hay algo de barrial en las páginas de esta novela, se construye un espacio palpable para quienes conozcan el barrio (Villa del Parque) en donde se desarrollan las acciones, sin llegar a ser por eso literatura “chabona” ni mucho menos a banalizarlo como espacio escritural.
Si las palabras tienen la capacidad de recrear un mundo, también tendrán que soportar la carga de poder llegar a hacer de éste un objeto maleable, moldeado a gusto de quien construya dicho relato –una madre que oculta información al hijo y que engaña a la pareja, un Estado que cuenta acerca de la guerra lo que se le antoja a través del uso y manipulación de los medios masivos de comunicación, los maestros que mintieron sobre lo acontecido en las islas-. Será a través de ese mismo influjo que conllevan las palabras que el narrador de la novela intentará ir develando los enigmas de su propio mundo y todo lo que lo rodea. Se narra para entender, se comprende en la medida que se narra para poder seguir adelante.
Con una calidad notable en la escritura y la densidad existencial de su punto de vista, el autor consigue crear una atmósfera intensa, reflexiva, pero que, a su vez, no deja de lado la utilización del humor cuando lo necesita. Cuando te vi caer es una novela que cuenta, subrepticiamente, los cambios de una época -la década del ’90-, para poder captar mejor la compleja matriz narrativa que es la realidad actual.
La novela de Basualdo arriesga una mirada diferente sobre esos héroes que nos quisieron inculcar mientras y posteriormente al momento de la propia guerra. No hay condescendencia, sino un análisis profundo sobre las relaciones que esos hombres, los excombatientes, tuvieron con su entorno una vez que regresaron a su vida habitual. Sin apoyo psicológico ni un aval suficiente por parte del Estado, estos hombres tuvieron que seguir adelante como les fuera posible. Pero la vida es diferente luego de una guerra, como si el tiempo del sobreviviente quedara estancado en ese pasado, que gira y gira hasta salirse de quicio. Quizá porque la historia es, al fin y al cabo, como dijera Joyce hace tiempo, una pesadilla de la que todos queremos despertar en algún momento
[1] Los ejemplos más relevantes, claro, serían Los pichiciegos de Fogwill, Las islas de Carlos Gamerro, La flor azteca de Gustavo Nielsen, la relativamente reciente novela de Patricio Pron, Una puta mierda, o relatos como “La soberanía nacional”, de Rodrigo Fresán.
por Marcelo López
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